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miércoles, 30 de octubre de 2013

El gran hombre que no quería morir.

Hola de nuevo. Esta vez vengo a compartir con vosotros una lectura que me han conmocionado. A raíz IV Congreso Internacional de la Lengua que ha tenido lugar en la ciudad de Panamá, el periódico El País ha publicado un artículo en el que afirma el libro se encuentra en serio peligro de extinción. Sólo sobrevivirá si hay verdaderos lectores, pero estos también corren el riesgo de extinguirse. La media de libros por habitante al año es de 10, frente a una oferta de 100.000 títulos anuales.
Las principales causas de esto, como se expone en el artículo, son las campañas erráticas e inestables del Gobierno en materia de educación, un mal fomento de la lectura, la pobreza y la industria editorial. Todo esto ayuda a que el libro tenga tan poco éxito en las estanterías de los hogares.
Y con todos estos datos en mis manos, una vez más, me indigno. ¿Cómo puede ser que estemos pasando por la séptima ley de reforma educativa desde que empezó la democracia? Ahora nos la intentan vender con el nombre de Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa. ¿Mejora de la calidad educativa? Perdoneme, ministro Wert pero la calidad de la educación no puede mejorar cuando se cambia de ley educativa cada vez que cambiamos de gobierno y mucho menos con las directrices que se han impuesto esta vez. Paséese por una clase de cualquier colegio, con una ratio de 30 alumnos por aula, y luego me cuenta que entiende usted por calidad.

Retomando el tema. Es una auténtica catástrofe estar ante una noticia de tal envergadura. La lectura ha sido desde siempre la mayor fuente de conocimiento y debería estar a la orden del día. ¿Qué ha pasado en los colegios? ¿Qué pasa en las casas? ¿Por qué ya no se lee?

Recién empezado mi segundo periodo de prácticas en un colegio de Educación Primaria, me fijo en los alumnos. En las vidas de los niños de nuestra sociedad rebosan de inputs, de estímulos, de distracciones continuas y constantes por todos lados. En el colegio, en el patio, en casa, a todas horas.  Ante esta situación, si como docentes planteamos la lectura como una obligación, como una cosa que “hay que hacer”, los alumnos la abandonarán en cuanto dejemos de apuntarlos con el bolígrafo rojo. Como reclama William Ospina, encargado de la ponencia general Libro, lectura y educación: “El fomento y la promoción de la lectura debe despojarse de su carga utilitaria.  Leer es un placer y eso es lo que se tiene que transmitir”.
Pero este cambio no se va a poder dar si como siempre, sólo contamos con la buena fe de los profesores. Los profesores en las aulas tienen un papel importante, pero se necesita apoyo externo.  Empezando por las industrias editoriales, cuya finalidad debería estar en ampliar significativamente el mercado, creando lectores, y no solo refugiarse en las compras del Estado para los programas escolares,- como asegura José Carreño Carlón, director del Fondo de Cultura Económica de Méjico. 
Quizá también desempeñarían un papel importante los medios de comunicación, que, por suerte o por desgracia, están presentes desde el momento en el que nos levantamos y hasta últimas horas del día.

Y por último, y por supuesto, la prioridad de la Educación en el Gobierno. Porque un país con estadísticas tan sombrías sobre la lectura, sólo nos asegura un futuro de analfabetismo y desconocimiento.

Patricia Fernández de Córdoba Robmann